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River de Gallardo volvió a defraudar: perdió con Gimnasia Esgrima La Plata en el Monumental

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Miguel Ángel Borja ya falló el penal. Nelson Insfrán está en el suelo. Pero debería pararse. El piso es lava. El Monumental es Krakatoa. Erupciona después de comprimir el hartazgo. No siente propio a River. A ese River que está reunido en el corazón del campo de juego, que saluda aturdido y perdido. Y solo.

Gallardo tiene razón: River está solo. Solo y perdido. Solo y sin ideas. Solo. Enroscado en su loop patológicamente autodestructivo. Solo aun rodeado de 85 mil personas que durante 50 minutos prefirieron cantarle contra Boca, evitando el fuego amigo hasta que la paciencia se agotó con el penal absurdo que cometió Portillo. Es decir, hasta el final conceptual de un partido ante Gimnasia que fue mellizo a tantos otros. A Deportivo Riestra. A Sarmiento. Al pésimo primer tiempo contra Palmeiras. Al abúlico empate sin goles ante Independiente Rivadavia. Plagio crónico que sumó su cuarta derrota consecutiva adonde nunca perdía. Ni con un penal en el descuento.

“Que se vayan todos, que no quede, ni uno solo…”.

River está solo. Y su soledad es conceptual: no tiene en qué -ni en quiénes- apoyarse. Ni en un grupo de futbolistas vacío ni en un Gallardo que ensaya retoques gatopardistas que cambian para no cambiar: aunque el deté rote, la identidad tan preciada que destacaba a sus equipos es leyenda, pero no presente.

“Jugadores (…) a ver si ponen huevo…”.

River, solo, acelera en su propio tobogán, con la falta de concepto y de criterio como aceleradores. No atina siquiera a apretar las suelas contra los tablones como para frenar el envión. En términos coloquiales, está quemado. Necesita enero: sufre estar entrando en noviembre. Hasta padece tener por delante un clásico que será una final por el ticket a la Libertadores. Y es que este grupo sabe que mentalmente no está preparado para un partido así.

Si, de hecho, a River le costó lastimar a uno de los adversarios más endebles del Clausura. A un Gimnasia consciente de sus limitaciones y tan prolijo que hasta el gol de Torres de penal sólo había tenido una clara y levemente desviada del Chelo.

River se encargó de que el planteo de Zaniratto fuera exitoso. Le tiró centros frontales a una de las defensas con mayor índice de rechazos en el año. Pateó desde afuera sin criterio. Dibujó gambetas intrascendentes (Subiabre, el rato de Colidio, Meza) para luego testear los reflejos de Insfrán en las jugadas de bajas calorías. Sin generar ni siquiera una situación de como para interrumpir la apatía incluso de los que debían pensar (Quintero, Castaño). Combo catalizador de la bronca.

“En River Plate hay que ganar, y no pensar en qué boliche ir a bailar… Transpiren la camiseta…”.

Está solo, River. Pero no deja solo a ningún jugador. No hay desorden organizado sino todo lo contrario. Una previsibilidad crónica que ayuda a rivales de otra escala a neutralizar a un plantel carísimo desde lo económico pero, a la vez, pobrísimo de reacción. Si antes el desafío era poder competir al nivel de los poderosos de Brasil (Palmeiras, Flamengo, Mineiro) el reto ahora es no pasar un papelón más frente a contrincantes terrenales. A los que no les sobra más que ímpetuo. Y entendimiento del contexto: a diferencia de un River que no pareció entender el riesgo que sigue corriendo de no jugar la Libertadores 26 -sería la primera vez en una década- su humilde adversario nunca dejó de comprender que su lucha está abajo. Y apretó los dientes.

“En La Boca cueste lo que cueste (…) tenemos que ganar”, cantó el Monumental. Un mensaje claro para un equipo que, en su crisis, anda solo y perdido.