El 30 de abril de 1977, un grupo de catorce mujeres se reunió por primera vez en Plaza de Mayo. No se conocían entre todas, pero compartían el mismo dolor: la desaparición forzada de sus hijos durante la dictadura militar. Fue una tarde fría, de sábado, y con la Casa Rosada cerrada. Sin embargo, esas madres decidieron estar ahí para exigir respuestas y para que las viera todo aquel que pasara.
Habían intentado todo: presentaciones judiciales, contactos militares, ayuda de la Iglesia. Nadie les daba información, ni siquiera un indicio de dónde estaban sus hijos. Cansadas y decididas a no resignarse, eligieron hacer visible su reclamo en el corazón político del país. Con el correr de los días, entendieron que ese acto no sería una excepción, sino el comienzo de algo más grande.

Azucena Villaflor, una de las primeras referentes, organizó reuniones con el capellán del Ejército, Emilio Grasselli, que les pedía datos pero nunca aportaba certezas. El trato hacia ellas era más parecido al de sospechosas que al de madres desesperadas. Fue Azucena quien propuso cortar con esas reuniones y salir a la plaza. Ahí nacieron las Madres de Plaza de Mayo.
Decidieron juntarse cada semana. Eligieron los jueves a las 15:30, la hora en la que los empleados bancarios salían a la calle. Querían ser vistas y escuchadas. Ya no eran catorce: eran muchas más, y no estaban dispuestas a detener su marcha hasta que alguien les dijera dónde estaban sus hijos.
La ronda nació por orden policial:
- La Policía les ordenó “¡Circulen!”
- Para evitar ser detenidas, empezaron a caminar alrededor de la Pirámide
- Así nació la ronda, que todavía hoy sostienen
- Cuando detenían a una, todas entregaban sus documentos o se ofrecían a ser arrestadas
- Con intuición, convicción y solidaridad, las Madres se hicieron visibles en medio del terror

Azucena Villaflor no solo fue la primera impulsora de la ronda: también ideó muchas de las estrategias para resistir la represión. Su militancia previa y su entorno familiar forjaron su temple. Menos de siete meses después de aquella primera ronda, fue secuestrada por un grupo de tareas. Su cuerpo apareció en Santa Teresita: había sido asesinada en uno de los “vuelos de la muerte”.
Lejos de quebrar la organización, su asesinato fortaleció el compromiso colectivo. Ya habían creado el símbolo que las identificaría para siempre: el pañuelo blanco, que representa la búsqueda, la resistencia y la memoria. Un ícono argentino que se multiplicó en todas las plazas del país y que trascendió las fronteras.
Hoy, a 48 años de aquella tarde, la ronda de los jueves sigue siendo una presencia firme frente a la Casa Rosada. Es un reclamo que aún espera respuestas. Porque aunque hubo juicios y condenas, el Estado nunca les dijo lo más básico: dónde están sus hijos.