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Ceferino Namuncurá: “Quiero ser útil a mi gente”

Ceferino Namuncurá, el santito de los pobres, nació en Chimpay hace 130 años. Vivió muy poco: tenía 18 años cuando murió en Italia. Pero ese tiempo le alcanzó para convertirse en el protector de los desamparados, los desprotegidos. Fue una luz de esperanza en épocas de oscuridad. Y así cumplió su deseo más profundo, la razón que lo hizo peregrinar desde el asentamiento a orillas del río Negro a la imponente Roma: ser útil a su gente.

 

Morales. Así se llamaba el hijo de Manuel Namuncurá con Rosario Burgos. Morales, en homenaje a uno de los hermanos del Lonco. Y el muchachito mostraba sus destrezas en las tareas propias del campo: montar a caballo, cazar, buscar animales, manejar el arco y las flechas.


Los tres meses de Ceferino en los Talleres Nacionales de la Armada en Tigre deben haber sido muy difíciles. Lo suficiente como para que el pequeño se animara a pedirle a su padre que lo saque.
No es muy difícil imaginarse las causas.
La oligarquía argentina había instalado la idea de que los pueblos vencidos durante la Conquista eran inferiores. Se despreciaba el idioma, la religión y hasta la piel de esos pueblos.


Ceferino ya padecía tuberculosis cuando ingresó al Colegio San Francisco de Sales, en Viedma. Todavía pensaba en convertirse en sacerdotes y poder ayudar a su pueblo, tan castigado y humillado por los vencedores de la Conquista del Desierto.

 

Ceferino Namuncurá falleció en Roma el 11 de mayo de 1905. Lejos de su famiia, que no lo olvidaba. Y lejos del afecto de su pueblo, por el que tanto había deseado convertirse en sacerdote.

 

El 11 de noviembre de 2007, en una impresionante ceremonia que se realizó en Chimpay, la Iglesia Católica celebró la beatificación de Ceferino Namuncurá. Más de 100.000 fieles acompañaron la ceremonia que ratifica las convicciones de millones de personas en todo el país.

 

 

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