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El “Cipoletazo” permitió entender que debíamos repensar el modelo provincial

Por Herman Avoscan

Pasaron 47 años de aquella gesta que conmocionó la tranquilidad de los cipoleños. Que quedó grabada en la memoria colectiva y mereció crónicas, recordaciones, un documental y análisis históricos. Y aunque los movimientos populares responden a demandas colectivas inmediatas, las repercusiones de aquella pueblada tuvieron una proyección impensada. Porque una comunidad comenzó a tener conciencia de su identidad política y de su peso integrador; porque comenzaron a verse las limitaciones de los proyectos provinciales que se disputaban la hegemonía por aquellos años.
Temas que tal vez estaban en el aire, que comenzaban a pensarse, pero que necesitaban de una referencia concreta para manifestarse. Y esa referencia fue el intendente Julio Dante Salto. La chispa que provocó el incendio: la destitución del jefe comunal por oponerse a la construcción de una ruta que partiendo de Paso Córdova, en Roca, llegara a Bariloche por territorio rionegrino. Pero eludiendo al resto del Alto Valle.
Algunos datos para entender el momento histórico:
– Gobernaba el país el dictador Juan Carlos Onganía, un émulo de Francisco Franco que soñaba con establecer una república autoritaria y corporativa permanente; la constitución nacional y los derechos civiles estaban conculcados.
– La proscripción del peronismo como organización política sumaba una dosis de inestabilidad (y de ilegitimidad) en el sistema;
– En la provincia se había destituido al gobernador Carlos Nielsen y en esos días había sido designado Juan Figueroa Bunge.
Cuando se avanza sobre la figura del intendente / comisionado municipal para reemplazarlo por alguien más afín, la sociedad cipoleña tomó el municipio, expulsó a los interventores y ganó las calles. Una audacia en tiempos de dictadura. Un desafío a los poderes establecidos. La historia nos cuenta que el conflicto duró varios días hasta que finalmente la crisis se saldó con varias renuncias: se fue Figueroa Bunge y llegó Roberto Requeijo; renunció Salto y llegó su amigo el doctor Alfredo Chertudi. Y el puente no se pudo hacer en ese momento.
Aquel “Cipoletazo” marcó también la necesidad de buscar nuevas alternativas en el “modelo rionegrino”. Desde la conformación de Río Negro, dos espacios se disputaban la hegemonía con proyectos bien diferenciados: por un lado, Viedma y el Valle Inferior como ejes articuladores (con la Unión Cívica Radical Intransigente como referencia política y el gobierno de Edgardo Castello); y por otro, Roca y el Alto Valle (con el predominio del Radicalismo del Pueblo, en el poder durante la gestión de Nielsen).
El Cipoletazo, con el liderazgo de Julio Salto, vino a mostrar políticamente las limitaciones de aquellas construcciones. Ya no se podía pensar a Río Negro sólo a partir de esas disputas inter-regionales. Porque había otras zonas para incluir. Porque una provincia tan grande y con tanta diversidad no podía limitarse a dos ciudades. La actitud original de Cipolletti, aquel “No” a un puente que iba a concentrar el movimiento económico en otra ciudad, fue interpretado también por el resto de las poblaciones del Alto Valle Oeste.
El espacio político – ideológico tardo un poco más en construirse. Tal vez por la muerte de Salto, el referente en quien se encarnaba esa búsqueda. Tal vez por las inestabilidades políticas del país. Pero la semilla estaba plantada y fue desarrollándose. Lento pero seguro. Se fue haciendo transversal a los distintos partidos políticos. Los problemas empezaron a ser provinciales. Y también poco a poco, nos vamos sintiendo más rionegrinos. Un proceso integrador que comenzó hace 47 años. Con un acto de rebeldía como el Cipoletazo.or

Pasaron 47 años de aquella gesta que conmocionó la tranquilidad de los cipoleños. Que quedó grabada en la memoria colectiva y mereció crónicas, recordaciones, un documental y análisis históricos. Y aunque los movimientos populares responden a demandas colectivas inmediatas, las repercusiones de aquella pueblada tuvieron una proyección impensada. Porque una comunidad comenzó a tener conciencia de su identidad política y de su peso integrador; porque comenzaron a verse las limitaciones de los proyectos provinciales que se disputaban la hegemonía por aquellos años.
Temas que tal vez estaban en el aire, que comenzaban a pensarse, pero que necesitaban de una referencia concreta para manifestarse. Y esa referencia fue el intendente Julio Dante Salto. La chispa que provocó el incendio: la destitución del jefe comunal por oponerse a la construcción de una ruta que partiendo de Paso Córdova, en Roca, llegara a Bariloche por territorio rionegrino. Pero eludiendo al resto del Alto Valle.
Algunos datos para entender el momento histórico:
– Gobernaba el país el dictador Juan Carlos Onganía, un émulo de Francisco Franco que soñaba con establecer una república autoritaria y corporativa permanente; la constitución nacional y los derechos civiles estaban conculcados.
– La proscripción del peronismo como organización política sumaba una dosis de inestabilidad (y de ilegitimidad) en el sistema;
– En la provincia se había destituido al gobernador Carlos Nielsen y en esos días había sido designado Juan Figueroa Bunge.
Cuando se avanza sobre la figura del intendente / comisionado municipal para reemplazarlo por alguien más afín, la sociedad cipoleña tomó el municipio, expulsó a los interventores y ganó las calles. Una audacia en tiempos de dictadura. Un desafío a los poderes establecidos. La historia nos cuenta que el conflicto duró varios días hasta que finalmente la crisis se saldó con varias renuncias: se fue Figueroa Bunge y llegó Roberto Requeijo; renunció Salto y llegó su amigo el doctor Alfredo Chertudi. Y el puente no se pudo hacer en ese momento.
Aquel “Cipoletazo” marcó también la necesidad de buscar nuevas alternativas en el “modelo rionegrino”. Desde la conformación de Río Negro, dos espacios se disputaban la hegemonía con proyectos bien diferenciados: por un lado, Viedma y el Valle Inferior como ejes articuladores (con la Unión Cívica Radical Intransigente como referencia política y el gobierno de Edgardo Castello); y por otro, Roca y el Alto Valle (con el predominio del Radicalismo del Pueblo, en el poder durante la gestión de Nielsen).
El Cipoletazo, con el liderazgo de Julio Salto, vino a mostrar políticamente las limitaciones de aquellas construcciones. Ya no se podía pensar a Río Negro sólo a partir de esas disputas inter-regionales. Porque había otras zonas para incluir. Porque una provincia tan grande y con tanta diversidad no podía limitarse a dos ciudades. La actitud original de Cipolletti, aquel “No” a un puente que iba a concentrar el movimiento económico en otra ciudad, fue interpretado también por el resto de las poblaciones del Alto Valle Oeste.
El espacio político – ideológico tardo un poco más en construirse. Tal vez por la muerte de Salto, el referente en quien se encarnaba esa búsqueda. Tal vez por las inestabilidades políticas del país. Pero la semilla estaba plantada y fue desarrollándose. Lento pero seguro. Se fue haciendo transversal a los distintos partidos políticos. Los problemas empezaron a ser provinciales. Y también poco a poco, nos vamos sintiendo más rionegrinos. Un proceso integrador que comenzó hace 47 años. Con un acto de rebeldía como el Cipoletazo.

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