La estadía de Javier Milei en Nueva York para participar de la apertura de la 79° Asamblea General de Naciones Unidas empezó con un domingo convulsionado por una polémica postura que adoptó la Argentina y con una comitiva oficial dividida que expuso los cortocircuitos que existen entre la Casa Rosada y el Ministerio de Relaciones Exteriores.
De pie en el atril del principal recinto de la ONU en la ciudad de Manhattan, en la tarde del domingo la canciller Diana Mondino ratificaba que la Argentina se disociaría del llamado “Pacto del Futuro”, una iniciativa que había sido aprobada por la mayoría de los 193 países que forman parte de la organización y que representa una agenda de suma importancia para aliados como Estados Unidos o la Unión Europea.
En lo formal, los países que adhieren al pacto se comprometen a llevar adelante 57 acciones, que incluyen cambios en normativas internacionales y hasta la ambiciosa -y siempre reclamada- reforma del Consejo de Seguridad de la ONU, para alcanzar objetivos que van desde el desarrollo sostenible hasta el respeto por los derechos humanos y las minorías. Sería, en otras palabras, una actualización de la Agenda 2030 que el gobierno de Javier Milei tanto critica.
“Muchos de los puntos de este pacto son retardatarios de la nueva agenda de la Argentina, queremos tener alas para nuestro crecimiento en libertad”, expresó Mondino durante su discurso, para luego agregar: “Queremos mostrar que la única batalla que vale la pena dar, es la cultural”. Esta posición es la que en el último tiempo adoptaron los más radicales aliados internacionales del presidente argentino, como es el caso del presidente del VOX español, Santiago Abascal.
Si bien hay consenso a nivel global de las dificultades para llegar a las metas de la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la comunidad internacional rápidamente tomó nota de la posición que la Argentina tomó al inicio de la semana de alto nivel en la ONU. Para muchos países europeos, la cuestión medioambiental y de género son límites que no están dispuestos a cruzar ni mucho menos a negociar.
“Como país de referencia en el mundo occidental es extraño estar en contra de un documento con buenas intenciones como es la erradicación de la pobreza o la eliminación de la brecha digital y social, entre muchos otros”, relataron distintos diplomáticos extranjeros ante este medio, para luego preguntarse: “¿Por qué en lugar de ir en contra de la corriente y cuestionar los objetivos, no cuestionan los mecanismos? Plantear que esas metas pueden conseguirse de otra manera, no dándole la espalda”.
Fuertes choques entre la Cancillería y Casa Rosada
La postura que ayer domingo adoptó la Argentina será ratificada por el propio Javier Milei durante su discurso del martes frente al resto de mandatarios y, según pudo saber TN, hasta podría adoptar una posición todavía más combativa. Esta es una línea de política exterior que se decidió desde el más íntimo núcleo presidencial, en donde Santiago Caputo logró tener una fuerte incidencia en la Cancillería.
Sucede que en los últimos meses el asesor de Milei y quienes lo rodean empezaron a notar una desconexión entre las intenciones del Ejecutivo y el rumbo que estaba teniendo la Cancillería en los temas relacionados al cambio climático, derechos humanos y género, la agenda más sensible y prácticamente innegociable para la Casa Rosada.
Fue así que, primero, desembarcó en el Ministerio de Relaciones Exteriores la abogada Úrsula Basset, quien ofició como “interventora” sin firma en la confección de esta agenda en organismos multilaterales como la ONU o G20, entre otros. Fue la primera muestra de que Diana Mondino había perdido músculo político.
Esta tendencia terminó de confirmarse cuando hace poco menos de un mes se aprobó una reestructuración de la Cancillería y se creó la Secretaría de Culto y Civilización (antes era sólo de culto), donde se trasladó ya de forma oficial y orgánicamente la competencia de todos estos temas que tanto preocupan a la Casa Rosada. Al frente de esta nueva dependencia quedó Nahuel Sotelo, un libertario de la primera hora y hombre de confianza de Caputo y Milei.
El Gobierno entiende que la ejecución de esta postura argentina debe ser más lineal y eso choca con el trabajo de la diplomacia, clave para sostener respaldos e impulsar medidas en este tipo de foros multilaterales. No es el primer giro en política exterior que tuvo la Argentina. En mayo ya había hecho ruido cuando la delegación argentina en la ONU se opuso a la incorporación de Palestina como estado miembro para apoyar Israel, aliado de Milei.
Esta fricción entre la Casa Rosada y la diplomacia quedó a la vista con algo tan simple como fue que la propia canciller no viajó en el mismo avión que lo hizo Milei y la delegación oficial que viajó a Nueva York. Mondino tuvo que viajar en línea comercial mientras el Presidente lo hacía con su hermana y otros ministros. Este hecho, que parece insólito en el mundo diplomático, puertas adentro fue visto como un destrato total.
Y las rispideces también se extienden hasta Ricardo Lagorio, el actual representante argentino ante las Naciones Unidas, un diplomático de carrera con amplia experiencia como embajador al que las órdenes que le llegan desde Buenos Aires chocan con el perfil multilateralista y negociador que él mismo tiene.
A pesar de que Lagorio fue reincorporado por esta misma gestión porque ya estaba jubilado del Servicio Exterior de la Nación, los nuevos aires que llegaron a la Cancillería lo miran con recelo por no respaldar algunas de las posiciones libertarias que, para muchos diplomáticos, resultan extremas y poco aconsejables para el rol que la Argentina podría jugar en el mundo.