La gira de cuatro días de Donald Trump por Medio Oriente marcó un punto de inflexión en la política exterior estadounidense respecto al conflicto en Gaza y las relaciones con Israel. A pesar de haber estrechado lazos con tres monarquías del Golfo —Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos—, el presidente norteamericano sorprendió con un tono crítico hacia la estrategia militar de Benjamin Netanyahu y una apertura inédita hacia los palestinos.

“Hay mucha gente pasando hambre en Gaza. Vamos a ocuparnos de ello”, dijo Trump en Abu Dhabi, dejando entrever un mayor involucramiento humanitario de Estados Unidos en el enclave. Fue un giro notable considerando su histórica cercanía con Netanyahu y el apoyo previo a la campaña militar israelí.

Además, Trump sostuvo que “tenemos que mirar a ambos lados”, cuando fue consultado sobre un posible respaldo a la ampliación de la ofensiva israelí en Gaza. Las declaraciones reflejan una distancia creciente con el gobierno israelí, que ya había manifestado recelo por el itinerario de la gira, que no incluyó visita a Jerusalén.

Durante el viaje, Trump también anunció el levantamiento de sanciones a Siria y mantuvo una reunión con el nuevo presidente islamista Ahmed al-Sharaa, un excombatiente vinculado a Al-Qaeda. Esta decisión, ignorando los pedidos israelíes, fue justificada por el mandatario como una oportunidad para que Siria “brille” tras la caída del régimen de Bashar al-Assad.

El mandatario republicano también dio señales hacia Irán, señalando que el acuerdo nuclear “está más cerca”, aunque remarcó que Teherán no podrá desarrollar armamento atómico.

Por último, se confirmó que Washington firmó un acuerdo con los rebeldes hutíes de Yemen, respaldados por Irán, para que cesen los ataques en el Mar Rojo a cambio del fin de los bombardeos estadounidenses.

Este giro diplomático evidencia un nuevo eje en la política de Trump en Medio Oriente: acuerdos pragmáticos, distanciamiento de Netanyahu y una redefinición del rol de Estados Unidos en la región.