Un estudio analiza la actividad génica de las pupas para aportar información clave en peritajes forenses, con el objetivo de estimar con mayor precisión el momento de la muerte.
Ana Pereira, investigadora del CONICET Patagonia Confluencia en el Centro de Investigaciones en Toxicología Ambiental y Agrobiotecnología del Comahue (CITAAC, CONICET-UNComa), estudia la ecología, la biología y el ciclo de vida y de especies de califóridos. Una familia de moscas que se caracterizan por alimentarse de materia orgánica en descomposición, en este caso su trabajo se centra en cadáveres humanos.
«La particularidad de esta especie es que son las primeras en detectar que una persona ya no tiene vida, arriban al cadáver y lo colonizan, para luego depositar sus huevos en cavidades naturales, heridas, entre otras. Una vez realizado ese proceso las hembras se van del cadáver, y a partir de ahí comienza el ciclo de vida, explica Pereira, primera autora del trabajo publicado en la revista International Journal of Legal Medicine.
Una vez que los huevos son depositados en el cadáver, comienza un proceso que depende tanto de la especie como de la temperatura ambiental. Pasado un cierto tiempo, nace el primer estadio larval, conocida como larva 1, de un aspecto similar al de los gusanos. Esta se alimenta del cadáver, crece y se transforma en larva 2. Luego, continúa alimentándose, aumenta de tamaño y da paso a la larva 3. Finalmente, cuando la larva ha consumido suficiente alimento, entra en un estado inmóvil llamado pupa.
Cuando la larva se transforma en pupa, deja de moverse porque queda encerrada dentro de una estructura protectora llamada pupario, similar a un capullo. Aunque desde afuera parece inactiva, en el interior del pupario ocurre la metamorfosis completa. Es decir, todos los cambios necesarios para que la larva se transforme en una mosca adulta suceden dentro de esa cápsula. Al cabo de un tiempo, la mosca emerge completamente formada.